La química de lo bello by Deborah García Bello

La química de lo bello by Deborah García Bello

autor:Deborah García Bello [García Bello, Deborah]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Ciencias exactas, Ciencias naturales, Química, Arte
editor: ePubLibre
publicado: 2023-12-10T00:00:00+00:00


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Más blanco que la luz

Lo peor de crecer fue perder los sábados por la tarde. Empecé a ir al cine con los amigos, y estaba bien, pero dejar de pasar las tardes con mi padre y con Christian me producía melancolía. Durante aquella transición, algún sábado hice retroceder el tiempo y me quedé con ellos. Quedar los sábados con los amigos tenía ese algo de tarea propia de la edad, como ir al colegio en primaria en lugar de quedarme pasando el rato con Christian y los abuelos, que era lo que de verdad quería hacer. Mi padre nos hablaba a Christian y a mí como si fuésemos adultos, pero en el coche nos sentábamos detrás. Sobre todo en el Renault 25, que tenía en el centro un reposabrazos mullido como una almohada en el que cabían las cabezas de los dos. La música la escuchábamos en el coche. Cada lugar tiene su canción.

El sábado por la tarde que fuimos a ver nieve al monte Xalo sonaban los Bee Gees, así que toda mi vida han sido la banda sonora de la nieve. Apenas había empezado a cuajar. En las zonas de mar no suele nevar; era la primera vez que iba a ver nieve de verdad. Nos ataviamos con los anoraks y las botas de suela militar. Como trineos, llevamos bolsas para escombros. La vegetación estaba oscura; la tierra, negra y mojada. Al ascender la montaña en coche iban apareciendo cúmulos de nieve en el andén. Más arriba había lenguas blancas cubriendo los helechos pequeños. A lo lejos, cumbres coronadas de blanco. Cogimos las bolsas y nos deslizamos montados en ellas sobre una de las lenguas de nieve. Las ramas arañaban las nalgas. Recorríamos pocos metros a poca velocidad; no era tan fácil como en las películas. En realidad, la nieve quema los dedos, contrae y enrojece la piel. Jugar a lanzarnos bolas de nieve nos hacía daño en las manos y nos empapaba los pantalones vaqueros.

Cuando se puso a nevar y a llover a la vez, nos refugiamos en un bar con las paredes paneladas de madera. Estaban cubiertas con un barniz blando que se pegaba a los dedos. Había mucha gente vestida apropiadamente para la nieve, con gorros calados, plumíferos acolchados, pantalones acolchados y botas acolchadas. Tomaban bebidas calientes. El vapor de las tazas subía al techo, el vaho del aliento se quedaba entre los dedos. Acababa de salir la Cherry Coke, así que Christian y yo nos tomamos una por primera vez. Fue un sábado por la tarde de muchas primeras veces, como casi todos.

Aquella tarde la recuerdo como si todo el rato fuese casi de noche. Con poca luz, pero de un color blanco frío. Sin embargo, las pocas veces que volví a la nieve, todo estaba cubierto de blanco y el sol era tan intenso como un mediodía de verano. La luz que refleja la nieve me provoca una ceguera blanca, igual que cuando me baño en el mar y la superficie del agua centellea.



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